Ranas y seres humanos hemos evolucionado por separado durante 350 millones de años. Que nuestras habilidades cerebrales son bastante diferentes es algo que salta a la vista. Sin embargo, un equipo de científicos de la Universidad de Toronto (Canadá) ha descubierto que ambos utilizamos un repertorio de genes muy parecidos para la fabricación de órganos en el cuerpo con una salvedad relativa al proceso conocido como empalme alternativo -donde los productos génicos se ensamblan en proteínas- y que sería la clave diferencial entre ambos.
El paradigma de este proceso es un pequeño cambio molecular en las células, responsable de que los humanos hayan podido evolucionar hasta convertirse en el animal más inteligente del planeta.
Los investigadores han desvelado que ese nimio cambio que nos hace tan diferentes está asociado a una proteína llamada PTBP1 que puede estimular la creación de neuronas y marcar, por tanto, la evolución del cerebro de los mamíferos, convirtiéndolos finalmente en los cerebros de mayor tamaño y de mayor complejidad de todos los vertebrados.
Además, la prevalencia del empalme alternativo aumenta conforme los vertebrados se vuelven más complejos. Por ello, a pesar de la similitud genética de muchas especies, las proteínas son increíblemente más diversas en animales como los mamíferos y mucho menor en especies como las ranas o las aves.
Los científicos identificaron PTBP1 con una forma distinta en los mamíferos, mucho más corta que desencadenaba una cascada de eventos: “Una implicación interesante de nuestro trabajo es que este cambio en particular entre las dos versiones de PTBP1 podría haber afectado al tiempo en el que las neuronas se generan en el embrión, de manera que se crean diferencias en la complejidad morfológica y en el tamaño del cerebro”, concluye Benjamin Blencowe, líder del trabajo.
El estudio ha sido publicado en la revista Science.
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